Hay algunos investigadores que creen que la humanidad fue creada por algún tipo de manipulación genética extraterrestre. Hoy en día, con los avances en genética y los conocimientos sobre el código ADN, hemos visto que ello es posible. Esta sería la esencia de las historias sobre la creación, tal como se relatan en las antiguas tablillas sumerias y en los posteriores escritos hebreos. Esta es la tesis que mantiene Zecharia Sitchin (1920 – 2010), autor de una serie de libros que promueven la teoría de los antiguos astronautas y el supuesto origen extraterrestre de la humanidad. Sitchin utiliza los registros sumerios para argumentar que el moderno Homo-Sapiens fue creado por seres provenientes del espacio exterior llamados nefilim o anunnaki. Sitchin cree que los anunnaki crearon a los humanos mediante la manipulación genética de, probablemente, el Homo-Erectus. Los nefilim (en idioma hebreo “los caídos“) son seres que se mencionan varias veces en la Biblia. Según el Génesis serían los descendientes de los «hijos de Dios», ángeles rebeldes, y las «hijas de los hombres» (raza humana), que vivían antes del diluvio. Los textos sumerios antiguos se refieren a los anunnaki como “los que descendieron del cielo”, una raza de seres extremadamente poderosos y avanzados que habrían modificado genéticamente a la humanidad muchos miles de años atrás. Según el relato de los registros sumerios, tal como los interpreta Sitchin, un duodécimo planeta del Sistema Solar, conocido como Nibiru, estaba poblado por seres muy similares a nosotros, los seres humanos. Después se encontraron con un problema grave en su atmósfera y se lanzaron a la búsqueda de oro en el Sistema Solar, un metal que podría ayudar a reparar la atmósfera de su planeta. Cuando el planeta Nibiru se acercó a la órbita de la Tierra, hace unos 400.000 años, sus habitantes, los anunnaki, utilizaron naves espaciales para viajar hasta el planeta Tierra. Después de aterrizar, los anunnaki establecieron bases en la antigua Mesopotamia, en donde fueron considerados dioses.
En 1989, un abogado californiano, con el seudónimo de William Bramley, publicó su libro Los Dioses del Edén, con el sugestivo subtítulo de “La escalofriante verdad acerca de la infiltración extraterrestre y la conspiración para mantener a la humanidad encadenada”. Bramley recopiló las principales investigaciones anteriores sobre el tema de los “astronautas ancestrales” y las reunió con una particular visión conspiratoria de la historia. La controvertida tesis de Bramley es la siguiente: “Los seres humanos parecen ser una raza esclavizada reproduciéndose en un planeta aislado de una pequeña galaxia. La raza humana fue una vez fuente de mano de obra para una civilización extraterrestre, para la cual seguimos siendo su posesión. Para mantener el control sobre su posesión y mantener a la Tierra como una especie de prisión, esa otra civilización ha alimentado un interminable conflicto entre los seres humanos, ha promovido la decadencia espiritual y ha creado en la Tierra condiciones irreversibles de penuria física. Esta situación ha existido por miles de años, y aún continúa hasta nuestros días“. La idea de que la humanidad actual, el Homo Sapiens, tal vez sea fruto de un trabajo de ingeniería genética, realizada por unos supuestos seres extraterrestres, no entra en contradicción ni con la teoría de la evolución darwiniana ni de las teorías sobre un supuesto creacionismo. Últimamente los conceptos de creacionismo y evolucionismo son objeto de fuertes discusiones filosóficas, políticas y religiosas. Y yo aún añadiría un tercer concepto, que es el de la manipulación genética, que ha implicado saltos evolutivos sorprendentes, como en el caso de la aparición del Homo Sapiens. Y casi siempre estos temas se enfocan de una manera radical y condicionada fuertemente por prejuicios morales y religiosos. Sin embargo, creemos que estos tres conceptos pueden coexistir y ser perfectamente válidos, tal como nos explica la moderna biología molecular. Pero la gran complejidad del ADN es incompatible con el azar, lo cual nos lleva a considerar seriamente el concepto del diseño inteligente.
Sitchin reinterpretó las traducciones en lenguas modernas de los textos escritos en miles de tablillas de arcilla que se encuentran en distintos museos del mundo y en las que se encuentra escrita la historia, según los Sumerios, que fueron la primera civilización conocida de la historia posterior al Diluvio Universal. Según la reinterpretación que hizo Sitchin de tales traducciones, habría que hablar de una nueva versión de la creación humana, según la cual seres extraterrestres serían los responsables de la evolución de la especie humana con la manipulación del ADN mediante la ingeniería genética. Sitchin fue autor de «Crónicas de la Tierra», una serie de 7 libros en los que expuso el resultado de sus investigaciones: El 12.º planeta (presentado en 1976) fue el primero de ellos. En estos libros añade estudios recientes, descubrimientos y exposiciones nuevas acerca de sus teorías. Sus reinterpretaciones provocaron muy diversas reacciones. Según su reinterpretación de las traducciones realizadas por los expertos en lenguas sumerias, acadias y asirio-babilónicas, existe en el Sistema Solar un planeta llamado Nibiru que se acerca cada 3600 años, provocando cambios positivos o catástrofes. El tamaño y la órbita con la cual Nibiru (“Planeta del Cruce“) ingresa a nuestro Sistema Solar, en el sentido de las agujas del reloj, contrario al resto de planetas, serían los causantes de tales eventos. Según las teorías de Sitchin, Nibiru (Marduk para los Babilonios) fue capturado por la órbita de Neptuno e ingresó en nuestro Sistema Solar contrariamente al sentido en el cual giran los demás planetas, por lo que varios de los satélites del planeta intruso impactaron con el planeta Tiamat, partiéndola en dos, y desplazándola de su órbita natural, constituyendo lo que hoy es la Tierra. Con el tiempo nuestro planeta iría adquiriendo la forma tal como lo conocemos hoy día, y los restos de la colisión serían el Cinturón de Asteroides. El nombre sumerio para la Tierra significa “el Hendido” porque fue creado un inmenso agujero por la colisión. Curiosamente en el fondo del Océano Pacífico hay un agujero gigantesco. Según dice Sitchin, en los textos sumerios se hablaría de una raza extraterrestre, los anunnaki, que habrían creado a los humanos para que trabajaran como esclavos en sus minas de África y en otros lugares de la Tierra, como América del Sur y Mesoamérica, con el fin de obtener minerales y metales, principalmente oro.
Según la interpretación de Sitchin, los “cabeza negra” de Sumeria fueron creados por esos seres, al mezclar genéticamente el ADN del hombre/mujer homínido y de algún anunnaki. El proceso consistía en «fijar» sobre la criatura ya existente la composición genética de los anunnaki; es decir, implementar mejoras en el hombre/mujer homínido mediante manipulación genética, adelantándose así al proceso evolutivo, dando vida al Homo Sapiens. El término cabezas negras es el que utilizaban los sumerios para referirse a ellos mismos. Se veían a sí mismos como esclavos al servicio de los dioses, que los habrían creado para que trabajaran para ellos. Las tablillas sumerias se refieren a la gente de cabeza negra, que fueron creados en una región geográfica llamada ‘AB.ZU‘ (Mundo Inferior o Hemisferio Sur), la cual correspondería a África del oeste. De todas las evidencias que Sitchin ha acumulado para apoyar sus conclusiones, la prueba número uno es el mismo ser humano. En muchos aspectos, el hombre moderno -el Homo Sapiens- es un extraño en la Tierra. Desde que Charles Darwin conmocionó al mundo de los estudiosos y los teólogos de su tiempo con las evidencias de la evolución, la vida en la Tierra se describe a través del ser humano y los primates, mamíferos y vertebrados, remontándonos hasta formas de vida aún más inferiores y llegar, al fin, miles de millones de años atrás, al punto en el que se presume que comenzó la vida. Pero, después de llegar a estos comienzos y de haber empezado a contemplar las probabilidades de vida en cualquier otro lugar de nuestro sistema solar o más allá de él, los científicos han comenzado a sentirse intranquilos con respecto a la vida en la Tierra, puesto que, por algún motivo, no parece ser de aquí. Si la vida comenzó a través de una serie de reacciones químicas espontáneas, ¿por qué la vida en la Tierra no tiene más que un único origen, y no una multitud de orígenes posibles? ¿Y por qué toda la materia viva de la Tierra contiene tan escasos elementos químicos de los que abundan en la Tierra, y tantos que son tan extraños en nuestro planeta? ¿Acaso la vida fue importada a la Tierra desde algún otro lugar? Más adelante profundizaremos más sobre las respuestas a estos interrogantes.
Pero es que, además, la posición del ser humano en la escala evolutiva ha exacerbado aún más el desconcierto. Encontrando un cráneo roto aquí y una mandíbula allí, los estudiosos creyeron, al principio, que el ser humano tuvo su origen en Asia hace alrededor de 500.000 años. Pero, a medida que se iban encontrando fósiles aún más antiguos, se hizo evidente que la evolución avanzaba muchísimo más despacio. Los antepasados simios del hombre se sitúan ahora a unos sorprendentes 25 millones de años de distancia. Los descubrimientos de África Oriental revelan una transición a características humanas (homínidos) hace 14 millones de años. Y fue alrededor de 11 millones de años más tarde cuando aparece el primer simio-hombre digno de la clasificación de homínido. El primer ser considerado como verdaderamente humano -el «Australopitecus Avanzado»- vivió en las mismas zonas de África hace unos 2 millones de años. Y aún le llevó otro millón de años producir al Homo erectus. Por último, después de otros 900.000 años, apareció el primer ser humano primitivo, al que se le llamó Neanderthal, por el lugar donde aparecieron por vez primera sus restos. A pesar de los más de 2 millones de años transcurridos entre el Australopitecus Avanzado y el Neanderthal, las herramientas de ambos grupos, tales como piedras afiladas, eran virtualmente las mismas. Y los mismos grupos, por el aspecto que se cree que tenían, hubieran sido difíciles de diferenciar. Después, súbita e inexplicablemente, hace unos 35.000 años, una nueva raza de seres humanos, el Homo Sapiens, aparece como de la nada y barre al hombre de Neanderthal de la faz de la Tierra. Estos seres humanos modernos, llamados Cro-Magnon, se parecían tanto a nosotros que, si se les hubiese vestido con las ropas de nuestros tiempos, hubieran pasado desapercibidos entre las multitudes de cualquier ciudad actual. Al principio, se les llamó «hombres de las cavernas» debido al magnífico arte rupestre que dejaron, se supone que durante la época de glaciaciones. Pero la verdad es que vagaban por la Tierra libremente, pues sabían cómo construirse refugios y hogares con piedras y pieles de animales dondequiera que fuesen. Durante millones de años, las herramientas del ser humano no habían sido más que piedras pulidas con formas útiles.
Sin embargo, el hombre de Cro-Magnon fabricaba armas y herramientas especializadas de madera y hueso. Ya no era un «simio desnudo», pues usaba pieles para vestirse. Tenía una sociedad organizada, vivía en clanes y bajo una hegemonía patriarcal. Sus pinturas rupestres tienen impronta artística y profundidad de sentimiento; sus pinturas y sus esculturas evidencian cierta forma de religión, en apariencia, el culto a una Diosa Madre que se representaba a veces con el signo de una Luna creciente. También enterraba a sus muertos y, de ahí, que posiblemente, tuviera algún tipo de filosofía en lo referente a la vida, la muerte y, quizás, a una vida después de la vida. Pero, aun con lo misterioso e inexplicable que resulta la aparición del hombre de Cro-Magnon, el rompecabezas es todavía más complejo, puesto que, con el descubrimiento de otros restos del ser humano moderno, en lugares como Swanscombe, Steinheim y Montmaria, se hace evidente que el hombre de Cro-Magnon surgió de una rama aún más antigua de Homo Sapiens que vivió en Asia occidental y el Norte de África unos 250.000 años antes que él. La aparición del Hombre moderno sólo 700.000 años después, supuestamente a partir del Homo erectus y unos 200.000 años antes del hombre de Neanderthal es absolutamente inverosímil. Es evidente, también, que la anomalía del Homo Sapiens con respecto al lento proceso evolutivo es tan grande que muchos de nuestros rasgos, como el de la capacidad de hablar, no tienen conexión alguna con los primates anteriores. Una autoridad prominente en este tema, el profesor Theodosius Dobzhansky, en su obra Mankind Evolving, estaba ciertamente desconcertado por el hecho de que este desarrollo tuviera lugar durante un período en el cual la Tierra estaba atravesando una glaciación, supuestamente el momento menos propicio para un avance evolutivo. Señalando que el Homo Sapiens carecía por completo de algunas de las peculiaridades de los tipos anteriores conocidos, y que tenía algo que nunca antes se había visto, llegó a la conclusión de que «el hombre moderno tiene muchos parientes fósiles colaterales, pero no tiene progenitores; de este modo, la aparición del Homo Sapiens se convierte en un enigma».
Entonces, ¿cómo puede ser que los antepasados del ser humano moderno aparecieran hace unos 300.000 años, en lugar de hacerlo dentro de dos o tres millones de años en el futuro, tal como hubiera-sucedido en caso de seguir el desarrollo evolutivo? ¿Fuimos importados a la Tierra desde algún otro lugar o, como vemos en el Antiguo Testamento y otras fuentes antiguas, fuimos creados por los dioses? Ahora sabemos dónde comenzó la civilización y cómo se desarrolló, pero la pregunta que sigue sin ser respondida es:¿Por qué apareció la civilización? Pues, como muchos estudiosos admiten hoy con frustración, todos los datos indican que el ser humano debería de estar todavía en un nivel primitivo de civilización. No existe ninguna razón obvia por la cual debiéramos estar más civilizados que las tribus primitivas de la selva amazónica o de los lugares más inaccesibles de Nueva Guinea. Aunque nuestros estudiosos no puedan explicar la aparición del Homo Sapiens y de la civilización del hombre de Cro-Magnon, al menos no parece haber duda sobre el lugar de origen de esta civilización: Oriente Próximo. Las tierras altas y las cordilleras que se extienden en un semiarco, desde los Montes Zagros, en el Este, donde, en la actualidad, se encuentra la frontera entre Irán e Iraq, pasando por el Monte Ararat y la cadena montañosa del Tauro, en el norte, para bajar, hacia el oeste y el sur, por las colinas de Siria, Líbano e Israel, están llenas de cavernas donde se han conservado las evidencias de un ser humano más moderno que prehistórico. Una de estas cuevas, la de Shanidar, está situada en el nordeste de este semiarco de la civilización. En la actualidad, los kurdos buscan refugio en las cuevas de esta zona, tanto para sí mismos como para sus rebaños, durante los fríos meses de invierno. Así debió de ser también en una noche invernal de hace 44.000 años, cuando una familia de siete miembros, uno de los cuales era un bebé, buscó refugio en la cueva de Shanidar. Sus restos, en que todos ellos fueron aplastados por un desprendimiento de rocas, fueron descubiertos en 1957 por el arqueólogo norteamericano Ralph Solecki, que había ido a la zona en busca de evidencias del hombre primitivo. Lo que encontró fue mucho más de lo que esperaba. A medida que se iban retirando escombros, se iba haciendo evidente que la cueva había conservado un registro claro de la vida del ser humano en aquella zona entre unos 100.000 y 13.000 años antes. Lo que mostró este registro fue tan sorprendente como el descubrimiento mismo.
La cultura humana no mostraba ningún progreso sino, incluso, una evidente regresión. Comenzando desde cierto nivel, las generaciones siguientes no mostraban niveles más avanzados sino niveles inferiores de vida civilizada. Y entre el 27.000 y el 11.000 a.C., la regresión y la disminución de la población llevaron al punto de la casi completa ausencia de habitantes en la zona. Se supone que por motivos climáticos, el ser humano casi desapareció de toda esta zona durante 16.000 años. Y luego, alrededor del 11.000 a. C, el «Hombre pensante» volvió a aparecer con un nuevo vigor y con un inexplicablemente alto nivel cultural. A lo largo de los muchos millones de años de su interminable evolución, el ser humano fue el hijo de la naturaleza. Sobrevivía recolectando alimentos que crecían de forma salvaje, cazando animales salvajes, capturando aves salvajes y peces. Pero justo cuando los asentamientos humanos estaban casi desapareciendo, justo cuando estaban abandonando sus hogares, cuando sus logros materiales y artísticos estaban desapareciendo, justo entonces, de pronto, sin motivo aparente y, que se sepa, sin ningún período previo de preparación gradual, el ser humano se hace agricultor. Haciendo un resumen del trabajo de muchas autoridades eminentes en la materia, como R. J. Braidwood y B. Howe, en su obra Prehistoric Investigations in Iraqi Kurdistan, llegaron a la conclusión de que los estudios genéticos confirman los descubrimientos arqueológicos, y no dejan lugar a dudas de que la agricultura comenzó exactamente allí donde el ser humano pensante había emergido antes con su primera y tosca civilización: en Oriente Próximo. Casi no existe duda de que la agricultura se extendió a todo el mundo desde el arco de montañas y tierras altas de Oriente Próximo. Empleando métodos sofisticados de datación por radiocarbono y de genética de las plantas, muchos estudiosos de diversos campos científicos concuerdan en que la primera empresa agrícola del ser humano fue el cultivo del trigo y la cebada, probablemente a través de la domesticación de una variedad silvestre de trigo, el triticum dicoccum. Aceptando que, de algún modo, el ser humano pasara por un proceso gradual de aprendizaje sobre cómo hacer crecer y cultivar las plantas silvestres, los estudiosos siguen desconcertados por la profusión de otras plantas y cereales básicos para la supervivencia y el progreso humanos que siguieron saliendo de Oriente Próximo.
Entre los cereales comestibles, aparecieron, en rápida sucesión, el mijo, el centeno y la escanda; el lino, que proporcionaba fibras y aceite comestible; y una amplia variedad de arbustos y árboles frutales. En cada uno de estos casos, la planta fue indudablemente cultivada en Oriente Próximo durante milenios antes de llegar a Europa. Era como si en Oriente Próximo hubiera existido una especie de laboratorio botánico genético, dirigido por una mano invisible, que producía de vez en cuando una nueva planta. Los eruditos que han estudiado los orígenes de la vid han llegado a la conclusión de que su cultivo comenzó en las montañas del norte de Mesopotamia, y en Siria y Palestina. Y no es de sorprender. El Antiguo Testamento nos dice que Noé «plantó una viña», y que incluso se llegó a emborrachar con su vino, después de que el arca se posara sobre el Monte Ararat, cuando las aguas del Diluvio se retiraron. La Biblia sitúa así el inicio del cultivo de la vid en las montañas del norte de Mesopotamia. Manzanas, peras, aceitunas, higos, almendras, pistachos, nueces; todos tuvieron su origen en Oriente Próximo, y desde allí se difundieron a Europa y a otras partes del mundo. Ciertamente, no podemos hacer otra cosa más que recordar que el Antiguo Testamento se adelantó en varios milenios a nuestros eruditos a la hora de identificar esta misma zona como aquella en la que se estableció el primer huerto del mundo: «Luego plantó Yahvé un jardín en Edén, al oriente. Yahvé hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer». La localización general del «Edén» era ciertamente conocida para las generaciones bíblicas. Estaba «al oriente» o al Este de la Tierra de Israel. Estaba en una tierra regada por cuatro grandes ríos, dos de los cuales eran el Tigris y el Eufrates. No cabe duda de que el Libro del Génesis sitúa el primer huerto en las tierras altas donde tienen su origen estos ríos, en el nordeste de Mesopotamia. Tanto la Biblia como la ciencia están completamente de acuerdo.
En realidad, si leemos el texto original hebreo del Libro del Génesis, no como un texto teológico sino como un texto científico, nos encontraremos con que también describe con precisión el proceso de cultivo de las plantas. La ciencia nos dice que el proceso fue desde las hierbas silvestres hasta los cereales silvestres, para luego llegar hasta los cereales cultivados y seguir con los arbustos y árboles frutales. Y éste es exactamente el proceso que se detalla en el primer capítulo del Libro del Génesis: “Y el Señor dijo: Produzca la tierra hierbas; cereales que por semillas produzcan semillas; árboles frutales que den fruto según su especie, que contengan la semilla en su interior“. Y así fue: “La Tierra produjo hierba; cereales que por semillas producían semillas, según su especie; y árboles que dan fruto, que contienen la semilla en su interior, según su especie“. El Libro del Génesis prosigue diciéndonos que el ser humano, expulsado del jardín del Edén, tuvo que trabajar duro para hacer crecer su comida. «Con el sudor de tu rostro comerás el pan», le dijo el Señor a Adán. Y fue después de eso que «fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador». El ser humano, nos dice la Biblia, se hizo pastor poco después de hacerse agricultor. Los estudiosos están completamente de acuerdo con esta secuencia bíblica de los hechos. Analizando las diversas teorías sobre la domesticación de los animales, el paleontólogo alemán Frederick Everard Zeuner, remarca la idea de que el ser humano no pudo haber «adquirido el hábito de la domesticación o de la cría animales en cautividad antes de alcanzar el estadio de la vida en unidades sociales de cierto tamaño». Estos asentamientos o comunidades, un requisito previo para la domesticación de animales, siguieron al cambio que supuso la agricultura. El primer animal en ser domesticado fue el perro, y no necesariamente como mejor amigo del ser humano, sino también, probablemente, como alimento. Se cree que esto pudo suceder alrededor del 9.500 a. C. Los primeros restos óseos de perro se han encontrado en Irán, Iraq e Israel. La oveja fue domesticada más o menos por la misma época. En la cueva de Shanidar se encontraron restos de ovejas de alrededor del 9.000 a.C., que demostraban que gran parte de las ovejas jóvenes de cada año se sacrificaban por su carne y por sus pieles. Las cabras, que también dan leche, no tardaron en seguirlas; y los cerdos y el ganado, tanto con cuernos como sin ellos, fueron los siguientes en ser domesticados. En todos estos casos, la domesticación se inició en Oriente Próximo.
Este abrupto cambio en el devenir de los asuntos humanos, ocurrido alrededor del 11.000 a.C. en Oriente Próximo, y alrededor de 2.000 años después en Europa, ha llevado a los estudiosos a marcar esta época como la del fin de la Edad de Piedra Antigua (el Paleolítico) y el comienzo de una nueva era cultural, la Edad de Piedra Media (el Mesolítico). Este nombre sólo es apropiado si se considera la principal materia prima del ser humano, que seguía siendo la piedra. Sus moradas en las zonas montañosas seguían siendo de piedra, sus comunidades se protegían con muros de piedra y su primera herramienta agrícola. la antigua hoz, estaba hecha de piedra. Honraban y protegían a sus muertos, cubriendo y adornando sus tumbas con piedras, y utilizaba la piedra para hacer imágenes de los seres supremos, o «dioses», cuya benigna intervención buscaban. Una de tales imágenes, encontrada en el norte de Israel y datada en el noveno milenio a. C., muestra la cabeza tallada de un «dios» cubierta por un casco rayado y portando una especie de «gafas». Sin embargo, observando las cosas en su conjunto, sería más adecuado denominar a esta era, que comienza en los alrededores del 11.000 a.C., como la Edad de la Domesticación, más que como la Edad de Piedra Media. En el lapso de no más de 3.600 años, el ser humano se hizo agricultor, y domesticó a las plantas y a los animales salvajes. Después, como no podía ser de otro modo, vino una nueva era. Los eruditos la llaman la Edad de Piedra Nueva (Neolítico), pero el término es completamente inadecuado, pues el cambio principal que tuvo lugar, alrededor del 7.500 a.C., fue el de la aparición de la cerámica. Por razones que todavía eluden nuestros eruditos, la marcha del ser humano hacia la civilización se concentró, durante los primeros milenios a partir del 11.000 a.C., en las tierras altas de Oriente Próximo.
El descubrimiento de los múltiples usos que se le podía dar a la arcilla tuvo lugar al mismo tiempo que el ser humano dejó sus moradas en las montañas para instalarse en los fangosos valles. Sobre el séptimo milenio a.C., el arco de civilización de Oriente Próximo estaba inundado de culturas de la arcilla o la cerámica, que elaboraban un gran número de utensilios, ornamentos y estatuillas. Hacia el 5.000 a.C., en Oriente Próximo se estaban realizando objetos de arcilla y cerámica de excelente calidad y diseño. Pero, una vez más, el progreso se ralentizó y, hacia el 4.500 a.C., según indican las evidencias arqueológicas, hubo una nueva regresión. La cerámica se hizo más simple, y los utensilios de piedra, una reliquia de la Edad de Piedra, volvieron a predominar. Los lugares habitados revelan escasos restos. Algunos de los lugares que habían sido centros de la industria de la cerámica y la arcilla comenzaron a abandonarse, y la manufactura de la arcilla desapareció. «Hubo un empobrecimiento generalizado de la cultura», según nos explica James Melaart, arqueólogo británico y descubridor del yacimiento neolítico de Çatalhöyük, en Turquía, en su obra Earliest Civilizations of the Near East, y algunos lugares llevan claramente la impronta de «una nueva época de necesidades». El ser humano y su cultura estaban, claramente, en declive. Después, súbita, inesperada e inexplicablemente, el Oriente Próximo presenció el florecimiento de la mayor civilización imaginable, una civilización en la cual estamos firmemente enraizados. Una mano misteriosa sacó, una vez más, al ser humano de su declive, y lo elevó hasta un nivel de cultura, conocimientos y civilización aún mayor.
Las tablillas Sumerias son los relatos escritos de tradiciones orales que se remontan a tiempos remotos, por lo que es posible que se hayan perdido partes de los textos, lo que dificulta su traducción e interpretación. Aunque pueden haber dudas sobre el argumento de Sitchin sobre Nibiru – Tiamat y su supuesta escala de tiempo, hay mucha verdad en los textos que puede demostrarse, sobre todo, por los conocimientos de astronomía que muestran. Las tablillas retratan el sistema solar con los planetas en sus posiciones, órbitas y tamaños relativos correctos. Y su exactitud sólo ha sido confirmada en los pasados 150 años, ya que algunos de estos planetas han sido encontrados posteriormente. Por ejemplo, las Tablillas describen la naturaleza y el color de Neptuno y Urano en maneras que sólo han sido confirmadas recientemente. Los sumerios sabían miles de años antes de Cristo lo que nuestra ciencia apenas acaba de descubrir. Lo más impresionante sobre las tablillas Sumerias es la manera en que describen la creación del Homo Sapiens. Sitchin dice que los anunnaki vinieron a la Tierra hace aproximadamente unos 450.000 años para extraer oro en lo que es ahora África. El centro minero principal estaba en el actual Zimbabwe, un área que los sumerios llamaron AB.ZU. Los estudios por la Corporación Angloamericana han encontrado pruebas extensas de minería de oro en África hace al menos 60.000 años, probablemente 100.000. El oro extraído por los anunnaki fue enviado de regreso a su planeta de origen desde bases en Medio Oriente, afirma Sitchin. Pero el escritor británico David Icke, autor del libro El Mayor Secreto: El libro que cambiará el mundo, no cree que la obtención de oro fuese la razón principal por la que los anunnaki vinieron a la Tierra. Al principio la minería de oro fue efectuada por los propios anunnaki, dice Sitchin, pero hubo una rebelión de los mineros por lo que la élite real anunnaki decidió crear una nueva raza esclava para hacer el trabajo. Las tablillas describen cómo se combinaron en una probeta los genes de los anunnaki y los de los seres humanos nativos, a fin de crear al ser humano “actualizado“, capaz de hacer las tareas que los anunnaki requerían.
La idea de niños probeta habría parecido ridícula cuando las tablillas fueron encontradas en 1850, pero eso es precisamente lo que los científicos son ahora capaces de hacer. Una y otra vez la investigación moderna respalda lo que dicen las tablillas Sumerias. Por ejemplo, hubo una repentina y hasta ahora misteriosa mejora del ser humano hace alrededor de 200.000 años. La ciencia oficial no se pronuncia sobre la causa y utiliza términos como “el eslabón perdido“. Pero tienen que ser abordados algunos hechos inevitables. Repentinamente, el Homo Erectus se convirtió en lo que ahora llamamos Homo Sapiens. Desde el comienzo, el nuevo Homo Sapiens tuvo la habilidad de hablar un idioma complejo y el tamaño del cerebro humano aumentó significativamente. El biólogo inglés Thomas Huxley dijo que grandes cambios como este podían necesitar decenas de millones de años. Esta visión es apoyada por la evidencia de que el Homo Erectus parece haber aparecido en África hace aproximadamente 1,8 millones de años. Por bastante más de un millón de años su forma física parece haber permanecido similar, pero entonces, de la nada, llegó el impresionante cambio al Homo Sapiens. Hace aproximadamente 35.000 años vino otra mejora repentina con el surgimiento del Homo Sapiens Sapiens, el ser humano actual. Las tablillas Sumerias nombran a las dos personas involucradas en la creación de esta raza esclava. Eran el científico principal llamado Enki, el Señor de la Tierra (Ki = Tierra) y Ninkharsag, también conocida como Ninti (la Dama de la Vida) debido a su pericia en medicina. Posteriormente fue llamada Mammi, del que derivan mami y madre. Ninkharsag es simbolizada, en representaciones mesopotámicas, con una herramienta supuestamente utilizada para cortar el cordón umbilical. Tiene forma de una herradura y fue usada en tiempos antiguos. También se volvió la Diosa Madre de muchas religiones, bajo nombres como Reina Semíramis, Isis, Barati, Diana, María y muchos otros, que surgieron de las leyendas en todo el mundo. También es a menudo representada como una mujer embarazada.
Los textos dicen que los líderes anunnaki convocaron y pidieron a la diosa Ninkharsag: “A una criatura da la vida, ¡crea trabajadores!. ¡Crea a un trabajador primitivo, que pueda llevar el yugo!. ¡Que use el yugo asignado por Enlil. Que el trabajador cargue con el trabajo de los dioses!“. Enlil era el jefe de los Anunnaki y Enki era su medio hermano. Según las tablillas, Enki y Ninkharsag tuvieron muchos fracasos cuando buscaban las mezclas genéticas correctas. Hay relatos de cómo crearon personas con defectos muy importantes y también híbridos de animal y humano. La historia de Frankenstein, el hombre creado en un laboratorio, podía ser simbólica de estos eventos. Fue escrita por Mary Shelley, la esposa del famoso poeta romántico y filósofo Percy Bysshe Shelley. Los dos eran altos iniciados en una red de sociedades secretas que había acumulado y ocultado estos conocimientos desde tiempos antiguos. Las tablillas dicen que Enki y Ninkharsag encontraron la mezcla correcta que se convirtió en el primer Homo Sapiens, un ser al que los sumerios llamaron LU.LU (el que ha sido mezclado). Éste sería el Adán bíblico. LU.LU era un híbrido genético, la fusión del Homo Erectus con los genes de los “dioses” anunnaki para crear un esclavo, un tipo de abeja obrera humana, hace unos 200.000 a 300.000 años. También fue creada una versión femenina. El nombre sumerio para el ser humano era LU, raíz que significa que es obrero o sirviente, y también se usó para implicar animales domesticados. Esto es lo que la raza humana habría sido desde entonces. Los anunnaki han estado abiertamente, y ahora encubiertamente, gobernando el planeta durante miles de años. El Homo erectus era un homínido extinto, que vivió entre hace 1,8 millones de años y 300.000 años, durante el Pleistoceno inferior y medio. El Pleistoceno es una división de la escala temporal geológica y representa una época geológica que comienza hace 2,59 millones de años y finaliza aproximadamente 10.000 años a.C., precedida por el Plioceno y seguida por el Holoceno. Es la sexta época de la Era Cenozoica y la más antigua de las dos que componen el Período cuaternario. El Pleistoceno se corresponde con el conocido como Paleolítico arqueológico. El Pleistoceno abarca las últimas glaciaciones, hasta el episodio Dryas Reciente incluido.
El final del Dryas Reciente ha sido fechado aproximadamente en el 9.600 a.C. El Dryas Reciente (Younger Dryas) fue una fase de enfriamiento climático que duró unos 1300 años, y que podemos situar a finales del Pleistoceno, entre 12.700 y 11.500 años atrás, curiosamente coincidente con la época de la posible desaparición de la Atlántida. Toma su nombre de la flor alpina Dryas octopetala. Hay indicios del impacto del cometa Clovis hace unos 12.900 años en América del Norte que, según una hipótesis reciente, podría haber iniciado el enfriamiento del Dryas Reciente. El Dryas Reciente significó un rápido regreso a las condiciones glaciares en las latitudes más altas del Hemisferio Norte. Esto contrasta con el calentamiento del deshielo que tuvo lugar en el periodo anterior. Estas transiciones duraron aproximadamente una década. Las informaciones obtenidas de isótopos térmicamente fraccionados de nitrógeno y argón, provenientes de núcleos de hielo en Groenlandia, indican que esta isla era unos 150 C más fría que en la actualidad. En las islas Británicas, los fósiles de escarabajos indican un descenso de las temperaturas medias anuales en 50 C, mientras que las condiciones periglaciares prevalecían en las tierras bajas y los glaciares en las tierras altas. Desde entonces, no ha habido ningún periodo de cambio climático abrupto tan grande. Los Homo erectus clásicos habitaron en Asia oriental (China e Indonesia). En África se han hallado restos de fósiles afines que con frecuencia se incluyen en otra especie, el Homo ergaster. También en Europa, diversos restos fósiles han sido clasificados como Homo erectus, aunque la tendencia actual es la de reservar el nombre Homo erectus para los fósiles asiáticos. El volumen craneal era muy variable, aumentando a lo largo de su dilatada historia. Tenía una capacidad craneal mayor que la del Homo habilis y que la del Homo georgicus encontrado en Dmanisi. Los primeros restos que se encontraron del Hombre de Java muestran una capacidad craneal de 850 cm3, mientras que los que se encontraron posteriormente llegan a los 1100 cm3. Poseía una fuerte mandíbula sin mentón, pero de dientes relativamente pequeños. Presentaba un mayor dimorfismo sexual que en el hombre moderno. Era muy robusto y tenía una talla elevada, de hasta 1,80 m. de medida. La industria lítica que producía pertenece principalmente al Achelense y probablemente dominaba el fuego.
El Homo Sapiens es una especie del orden de los primates, perteneciente a la familia de los homínidos. También son conocidos bajo la denominación genérica de «hombres», aunque ese término es ambiguo y se usa también para referirse a los individuos de sexo masculino y, en particular, a los varones adultos. Los seres humanos poseen capacidades mentales que les permiten inventar, aprender y utilizar estructuras lingüísticas complejas, lógicas, matemáticas, escritura, música, ciencia, y tecnología. Los humanos son animales sociales, capaces de concebir, transmitir y aprender conceptos totalmente abstractos. Se consideran Homo Sapiens de forma indiscutible a los que poseen tanto las características anatómica de las poblaciones humanas actuales como lo que se define como «comportamiento moderno». Los restos más antiguos de Homo Sapiens se encontraron en Marruecos con 315.000 años de antigüedad. La evidencia más antigua de comportamiento moderno son las de Pinnacle Point (Sudáfrica), con 165.000 años de antigüedad. Pertenece al género Homo, que fue más diversificado y que, durante el último millón y medio de años, incluía otras especies ya extintas. Desde la extinción del Homo neanderthalensis, hace 28.000 años, y del Homo floresiensis hace unos 12.000 años, el Homo Sapiens es la única especie conocida del género Homo que aún perdura. Filosóficamente, el ser humano se ha definido y redefinido a sí mismo de numerosas maneras a través de la historia, otorgándose de esta manera un propósito positivo o negativo respecto de su propia existencia. Existen diversos sistemas religiosos e ideales filosóficos que, de acuerdo a una diversa gama de culturas e ideales individuales, tienen como propósito y función responder a algunas de esas interrogantes existenciales. Los seres humanos tienen la capacidad de ser conscientes de sí mismos, así como de su pasado; saben que tienen el poder de planear, transformar y realizar proyectos de diversos tipos. En función a esta capacidad, han creado diversos códigos morales y dogmas orientados directamente al manejo de estas capacidades. Además, pueden ser conscientes de responsabilidades y peligros provenientes de la naturaleza, así como de otros seres humanos.
No es lógico suponer que la evolución del hombre, hasta llegar al Homo Sapiens, haya sido el producto de millones de casualidades genéticas. En este caso, ¿es lógico aceptar que seres extraterrestres modelaron a los seres humanos «a su semejanza», como aseguran las tradiciones? Los dioses del pasado remoto han dejado incontables huellas que podemos comprender actualmente, ya que los viajes espaciales no eran un problema sino una realidad hace miles de años. Nuestros antepasados probablemente recibieron visitas de seres extraterrestres en el pasado remoto, aunque todavía no sepamos con seguridad quiénes fueron estos extraterrestres y de qué planeta vinieron. Sin embargo, todo parece indicar que estos seres aniquilaron parte de la humanidad existente en aquel tiempo y produjeron quizás el primer Homo Sapiens. Probablemente, en un pasado muy remoto, una nave espacial desconocida descubrió nuestro planeta. Y la tripulación de la nave descubrió que la tierra tenía todos los requisitos para el desarrollo de vida inteligente. Obviamente, el ser humano de esa época no era el Homo Sapiens, sino algo bastante diferente. Los hombres del espacio fertilizaron artificialmente algunas hembras de aquella especie, según dicen antiguas leyendas, y luego partieron. Miles de años después aquellos viajeros espaciales volvieron y encontraron grupos dispersos del Homo Sapiens. Repitieron su experimento de apareamiento varias veces hasta que produjeron una criatura suficientemente inteligente como para aprender. La gente de esa época se supone que todavía era salvaje. Los viajeros del espacio destruyeron los especímenes menos exitosos o llevaron a los Homo Sapiens a otros continentes. Comenzaron a existir las primeras comunidades, se empezaron a representar pinturas rupestres, se descubrió la alfarería y se hicieron los primeros intentos de arquitectura. Si los hombres de las cuevas hubiesen sido primitivos y salvajes, no hubiesen podido producir estas extraordinarias pinturas en las paredes de las cavernas. Pero si los salvajes eran capaces de pintar estos dibujos, ¿por qué no pudieron ser capaces de construir cabañas como refugio? Los investigadores reconocen que los animales tienen la habilidad de construir nidos desde hace millones de años, pero no cabe en su hipótesis de trabajo que el Homo Sapiens tuviera la misma habilidad.
Desde que la humanidad existe, las antiguas tradiciones se han mantenido entre los diversos pueblos. Asimismo, las culturas más recientes también nos aportan indicaciones que apuntan a un remoto y desconocido pasado. Las ruinas de Guatemala y Yucatán pueden ser comparadas con los edificios colosales de Egipto, como las pirámides. El área de la base de la pirámide de Cholula, al sur de México capital, es más grande que la pirámide de Keops. El área de las pirámides de Teotihuacan, al norte de la ciudad de México, cubre un área de casi 21 km2, y todos los edificios están alineados astronómicamente. Los textos más antiguos sobre Teotihuacan nos cuentan que los dioses se reunieron allí y organizaron un concilio sobre los seres humanos, aún antes de que el Homo Sapiens existiera. Algunos investigadores creen que un grupo de gigantes marcianos escaparon a la Tierra cuando Marte sufrió un enorme cataclismo que eliminó su atmósfera y el agua de su superficie. Vinieron a la Tierra para fundar una nueva cultura, que se sustentó en el Homo Sapiens, como resultado de cruces con los seres marcianos. Dado que la gravedad de Marte es más débil que la de la Tierra, se puede asumir que la constitución de los hombres de Marte era más grande que la de los hombres de la Tierra. Esto explicaría la presencia de gigantes, que pudieron mover enormes bloques de piedra, que instruyeron a los hombres en las artes, y que finalmente tal vez murieron en la Tierra. Pero nos faltan pruebas para demostrarlo. Lo que parecen indicar las tablillas sumerias, el Génesis, derivado de estas tablillas, y otras evidencias, es que se produjo la creación del Homo Sapiens por parte de unos seres venidos de otro planeta, mediante la manipulación genética, algo que hoy en día ya empezamos a estar en condiciones de hacer y comprender. Sin embargo, esto no contradice ni la teoría de la evolución ni la idea de que hay un creador inicial de todo lo existente, a lo que se le suele llamar Dios. Pero parece que los dioses, ya que en realidad no se habla de un único dios, que figura en las distintas tradiciones, no son este creador inicial, sino “solo” los creadores del Homo Sapiens.
A este respecto deseo hacer referencia a la siguiente frase de D. T. Suzuki, que fue un maestro y divulgador japonés del Budismo, del Zen y del Shin: “El significado del Avatamsaka y de su filosofía será incomprensible a menos que experimentemos un estado de completa disolución, donde no exista diferenciación entre la mente y el cuerpo, entre el sujeto y el objeto. Entonces miramos alrededor y vemos eso, que cada objeto está relacionado con todos los demás objetos, no sólo espacialmente, sino temporalmente. Experimentamos que no hay espacio sin tiempo, que no hay tiempo sin espacio, que se inter-penetran”. A lo mejor esto es lo que representa (de una manera parcial, como no podría ser de otra manera) al Todo que llamamos Dios creador. La idea de que la humanidad es el producto de una ingeniería genética, conducida por extraterrestres provenientes de alguna parte y fuera de nuestro pequeño planeta, desafía tanto a la evolución darwiniana como al creacionismo basado en un Dios creador. El cristianismo proclama que un supuesto todopoderoso Dios creó a nuestros primeros padres del “barro“, de manera parecida a como el alfarero moldea la arcilla. Sólo cuando Adán y Eva rompen con las reglas de su creador quedan sujetos al dolor, la enfermedad y la muerte. Por desobedecer a este Dios también condenaron a su descendencia, o sea a toda la humanidad, a ser pecadores. El cristianismo deriva su relato sobre Adán y Eva del primer libro de la Biblia Hebrea o Antiguo Testamento: el Génesis. Si interpretamos la Biblia literalmente, asumiendo que se trata de un documento histórico e infalible, se nos presenta un Dios (Jehovah o Yahvé) que se muestra como celoso, colérico y vengativo. El temor del “Señor” (Jehovah) aparece enfatizado constantemente a través del Antiguo Testamento. Se espera de Él que recompense a aquellos que lo adoran y que mantienen la observancia de la ley ritual, gratificando sus deseos mundanos con posesiones materiales y poder. No se puede dejar de notar que este Dios se asemeja grandemente a los caprichosos dioses sumerios y, posteriormente, a los dioses griegos.
De acuerdo al Génesis, este Dios tan “humano” desconocía que los seres humanos habían echado a perder su creación al comer la “fruta prohibida“. Después de esto, habiendo expulsado a la primera pareja humana del Paraíso, amenazó a sus descendientes con su cólera hasta el día en que ahogó al mundo entero con un diluvio. Este Dios Jehovah, como el historiador Gibbon observa en su obra The Decline and Fall of the Roman Empire, es un “ser propenso a la pasión y al error, caprichoso, implacable en su resentimiento, celoso de su supersticiosa adoración, y confinando su providencia parcial a una simple persona y a su transitoria vida“. Por evolución biológica entendemos el conjunto de transformaciones a través del tiempo que han originado la diversidad de formas de vida que existen sobre la Tierra, a partir de un supuesto antepasado común. La palabra evolución fue utilizada por vez primera en el siglo XVIII por el suizo Charles Bonnet. Pero el concepto de que la vida en la Tierra evolucionó a partir de un ancestro común ya había sido formulada por diversos filósofos griegos. Y la hipótesis de que las especies se transforman continuamente fue postulada por numerosos científicos de los siglos XVIII y XIX, a los que Charles Darwin citó en su libro El origen de las especies. Dos naturalistas, Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, propusieron en 1858, en forma independiente, que la selección natural es el mecanismo básico responsable del origen de nuevas variantes fenotípicas, en que se incluyen rasgos tanto físicos como conductuales, así como de nuevas especies. Actualmente, la teoría de la evolución combina las propuestas de Darwin y Wallace con las leyes de la herencia de Mendel y con otros avances de la genética.
Actualmente los investigadores del origen de la vida consideran que el problema del origen de la información biológica (básicamente el ADN, el ARN y las proteínas) es el problema central al que se enfrentan. Sin embargo, el término “información” puede referirse a varios conceptos distintos. El objetivo es evaluar distintas explicaciones sobre el origen de la información biológica, especialmente la adecuación de las explicaciones de la química naturalista evolutiva en relación al origen de la información biológica específica, tanto si se basan en el “azar” o en la “necesidad”, o en ambos. Y el actual estado de conocimiento apunta al diseño inteligente como mejor explicación y más adecuada con respecto al origen de la información biológica específica. Las categorías de “azar” y “necesidad” son útiles para comprender la historia reciente de la investigación del origen de la vida. Hasta mediados del siglo XX, los investigadores se apoyaron principalmente en teorías que se centraban en el papel creativo de los eventos aleatorios, el “azar”, vinculados con ciertas formas de selección natural. Y posteriormente los teóricos se han centrado en las leyes o propiedades deterministas de la auto-organización o de la “necesidad” físico-química. Las teorías sobre el origen de la vida implican el conocimiento de los atributos de las células vivas. Según el historiador de la biología, Harmke Kamminga: “En el corazón del problema del origen de la vida hay una cuestión fundamental: ¿De qué, exactamente, estamos intentado explicar el origen?”. O, como afirma el pionero de la química evolutiva Alexander Oparin: “El problema de la naturaleza de la vida y el problema de su origen se han vuelto inseparables”. Y los biólogos moleculares se refieren al ADN, al ARN y a las proteínas como los auténticos portadores de esta “información”. Como ha dicho Bernd Olaf Kuppers, profesor de filosofía de la naturaleza: “Claramente, el problema del origen de la vida equivale básicamente al problema del origen de la información biológica”.
La única opinión conocida de Darwin sobre el origen de la vida se encuentra en una carta dirigida a Joseph Hooker, botánico británico. En ella, dibuja las líneas maestras de la química evolutiva, a saber, que la vida podría haber surgido primero a partir de una serie de reacciones químicas. Tal y como él escribió, “si pudiéramos creer en algún tipo de pequeño charco caliente, con toda clase de amonios, sales fosfóricas, luz, calor y electricidad, etc, presentes, de modo que un compuesto proteico se formara químicamente listo para someterse a cambios aún más complejos...”. El resto de la frase es ilegible, si bien deja bastante claro que Darwin concibió los principios de la química evolutiva naturalista. Después de que Darwin publicara su obra maestra El Origen de las Especies, muchos científicos comenzaron a pensar en los problemas que Darwin todavía no había resuelto. Aunque la teoría de Darwin pretendía explicar cómo se había hecho más compleja la vida a partir de “una o unas pocas formas simples”, no explicaba ni tampoco intentaba explicar cómo se había originado la vida. Sin embargo, a finales del siglo XIX, algunos biólogos evolutivos, como Ernst Haeckel y Thomas Huxley, suponían que encontrar una explicación para el origen de la vida sería bastante fácil, en gran parte porque Haeckel y Huxley creían que la vida era, en esencia, una sustancia química simple llamada “protoplasma” que podía ser fácilmente elaborada mediante la combinación y recombinación de reactivos simples como el dióxido de carbono, el oxígeno y el nitrógeno. Durante los siguientes años, los biólogos y los bioquímicos revisaron su concepción de la naturaleza de la vida. Durante el siglo XIX los biólogos, como Haeckel, vieron la célula como un glóbulo de plasma homogéneo e indiferenciado. Sin embargo, ya en el el siglo XX, la mayoría de los biólogos veían las células como un sistema metabólico complejo. Las teorías del origen de la vida reflejaron esta creciente visión de la complejidad celular. Mientras que las teorías decimonónicas concebían la vida como algo surgido casi instantáneamente a través de uno o dos pasos de un proceso de “autogenia” química, las teorías de comienzos del siglo XX concebían un proceso de varios billones de años de transformación desde los reactivos simples hasta los sistemas metabólicos complejos.
Durante la primera mitad del siglo XX, los bioquímicos habían reconocido el papel central de las proteínas en el mantenimiento de la vida. Aunque muchos creyeron erróneamente que las proteínas contenían también la información hereditaria, los biólogos subestimaron la complejidad de las proteínas. Sin embargo, a partir de mediados del siglo XX, una serie de descubrimientos provocó un cambio en esta visión simplista de las proteínas. El bioquímico Fred Sanger determinó la estructura molecular de la insulina y demostró que consistía en una secuencia larga e irregular de los diferentes tipos de aminoácidos. Su trabajo mostró para una sola proteína lo que sucesivos trabajos demostrarían que era la norma: la secuencia de aminoácidos de las proteínas funcionales se caracteriza por su complejidad. Los trabajos del químico inglés John Kendrew sobre la estructura de la mioglobina demostraron que las proteínas también mostraban una sorprendente complejidad tridimensional. Lejos de ser las estructuras simples que los biólogos habían imaginado anteriormente, apareció una forma tridimensional e irregular extraordinariamente compleja. E incluso actualmente se especula con que en realidad se trata de una estructura multidimensional, con varias dimensiones no “observables”. Durante gran parte del siglo XX los investigadores subestimaron ampliamente la complejidad y el significado de ácidos nucleicos como el ADN o el ARN. Por entonces, los científicos conocían la composición química del ADN. Los biólogos y los químicos sabían que además de azúcar y fosfatos, el ADN se componía de cuatro bases diferentes, llamadas adenina, timina, guanina y citosina. El descubrimiento de la estructura tridimensional del ADN por Watson y Crick, en 1953, dejó claro que el ADN podía funcionar como portador de la información hereditaria. El modelo propuesto por Watson y Crick concebía una estructura de doble hélice para explicar la forma de cruz de Malta de los patrones obtenidos por los estudios del ADN realizados por Franklin, Wilkins y Bragg a comienzos de los años 50 mediante cristalografía de rayos X. Tal y como explicaron Watson y Crick, “el esqueleto de azúcar-fosfato de nuestro modelo es completamente regular pero cualquier secuencia de pares de bases puede encajar en nuestra estructuras. De aquí se sigue que en una larga molécula son posibles muchas permutaciones diferentes y, por lo tanto, parece posible que la secuencia precisa de bases sea el código portador de la información genética”.
La estructura del ADN descubierta por Watson y Crick sugería un medio por el que la información o la especificidad podían codificarse a lo largo de la espiral del esqueleto de azúcar-fosfato. Según la hipótesis de secuencia de Crick, la especificidad en el ordenamiento de los aminoácidos en la proteína deriva de la especificidad en el ordenamiento de las bases nucleotídicas en la molécula de ADN. La hipótesis de secuencia sugería que las bases nucleotídicas en el ADN funcionaban como letras de un alfabeto o caracteres en una máquina de codificar. Del mismo modo, como las letras de un alfabeto en un lenguaje escrito pueden realizar la función de comunicación dependiendo de su secuencia, igualmente podrían las bases nucleotídicas del ADN originar la producción de una molécula funcional de proteína dependiendo de su preciso ordenamiento secuencial. En ambos casos, la función depende de manera crucial de la secuencia. La hipótesis de secuencia implicaba no solo la complejidad sino también la funcionalidad específica de las bases de la secuencia de ADN. Desde el comienzo de la revolución de la biología molecular, los biólogos asignaron al ADN, al ARN y a las proteínas la propiedad de transportar información. En la jerga de la biología molecular, la secuencia de bases del ADN contiene la “información genética” o las “instrucciones de ensamblaje” necesarias para dirigir la síntesis de proteínas. Sin embargo, el término información puede denotar varios conceptos teóricamente diferentes. Así, se puede preguntar en qué sentido se aplica “información” a estas grandes macromoléculas. Veremos que los biólogos moleculares emplean un concepto de la información más fuerte que el que emplean los matemáticos y los teóricos de la información y una concepción del término ligeramente más débil que el que emplean los lingüistas y los usuarios ordinarios.
La teoría de la información, también conocida como teoría matemática de la comunicación o teoría matemática de la información, es una propuesta teórica presentada por Claude E. Shannon y Warren Weaver a finales de la década de los años 1940. La teoría de la información de Shannon ayudó a refinar la comprensión biológica de una característica importante de los componentes biomoleculares cruciales de los que depende la vida: el ADN y las proteínas son altamente complejas y cuantificables. La teoría de la información ayudó a establecer que el ADN y las proteínas podían llevar grandes cantidades de información funcional; no a establecer si realmente lo hacían. Los biólogos moleculares, como Monod y Crick, entendían la información, almacenada en el ADN y las proteínas, como algo más que la mera complejidad o improbabilidad. En realidad, su idea de información asociaba con las secuencias de ADN tanto la contingencia bioquímica como la complejidad combinatoria. Los avances de la teoría de la complejidad han hecho posible una explicación general plenamente teórica de la especificación, que se aplica fácilmente a los sistemas biológicos. Las regiones codificantes del ADN funcionan de manera muy parecida a un programa de software o al código de una máquina, dirigiendo operaciones dentro de un sistema material complejo a través de secuencias de caracteres altamente complejas y sin embargo específicas. Como ha señalado el etólogo, zoólogo, biólogo evolutivo y divulgador científico británico Richard Dawkins: “El código de máquina de los genes es increíblemente parecido al de una computadora”. O como ha notado el famoso dueño de Microsoft, Bill Gates: “El ADN es como un programa de computadora pero mucho, mucho más avanzado que ninguno que hayamos creado”. Del mismo modo que con el ordenamiento específico de dos símbolos (0 y 1) en un programa de ordenador se puede realizar una función en un entorno de máquina, también la secuencia precisa de las cuatro bases del ADN pueden realizar una función dentro de la célula. Como sucede en el código de máquina de una computadora, la especificidad de secuencia del ADN sucede dentro de un dominio sintáctico. Así, el ADN contiene información tanto sintáctica como específica.
En cualquier caso, desde los últimos años, el concepto de información, tal y como lo emplean los biólogos moleculares, ha fusionado las nociones de complejidad o improbabilidad y especificidad de función. Los constituyentes biomoleculares cruciales de los organismos vivos contienen no solo información sintáctica sino también “información específica”. Por tanto, la información biológica así definida constituye una característica principal de los sistemas vivos, cuyo origen debe explicar cualquier modelo acerca del origen de la vida. Los descubrimientos de los biólogos moleculares suscitaron la pregunta por el origen último de la complejidad específica o información específica tanto en el ADN como en las proteínas. Por lo menos desde mediados de la década de 1960 muchos científicos han considerado el origen de la información como la cuestión central con que se enfrentaba la biología del origen de la vida. Deben tenerse en cuenta las dificultades probabilísticas que deben superarse para construir incluso una proteína corta de 100 aminoácidos de longitud. (Una proteína típica consiste en unos 300 y muchas proteínas importantes son más largas). Todos los aminoácidos deben formar un enlace químico conocido como enlace peptídico al unirse a otros aminoácidos de la cadena proteica. Sin embargo, en la naturaleza son posibles otros muchos tipos de enlace químico entre aminoácidos. Así, dado un sitio cualquiera de la cadena de aminoácidos en crecimiento, la probabilidad de obtener un enlace peptídico es aproximadamente ½. La probabilidad de obtener cuatro enlaces peptídicos es (½ x ½ x ½ x ½) = 1/16. La probabilidad de construir una cadena de 100 aminoácidos en la cual todos los enlaces impliquen enlaces es de aproximadamente 1 entre 1030. Pero las proteínas funcionales tienen un tercer requisito independiente, el más importante de todos: sus aminoácidos deben enlazarse en un ordenamiento específico secuencial, tal y como deben hacerlo las letras en una frase con significado. En algunos casos, incluso el cambio de un aminoácido en un determinado lugar provoca la pérdida de funcionalidad en la proteína. Además, debido a que biológicamente se dan veinte aminoácidos, la probabilidad de obtener un determinado aminoácido en un sitio determinado es pequeña: 1/20. Y la probabilidad de lograr todas las condiciones de función necesarias para una proteína de 150 aminoácidos de longitud excede de 1 entre 10180.
Como ha dicho el divulgador científico Richard Dawkins: “Podemos aceptar cierta cantidad de suerte en nuestras explicaciones pero no demasiada”. Lógicamente, la afirmación de Dawkins da por sentada una cuestión cuantitativa, a saber, “¿cómo de improbable tiene que ser un suceso, una secuencia o un sistema para que la hipótesis del azar pueda ser razonablemente eliminada?”. El matemático estadounidense William Albert Dembski calcula una estimación conservadora del “límite de probabilidad universal” en 1 entre 10150, que corresponde a los recursos probabilísticos del universo conocido. Este número proporciona la base teórica para excluir las apelaciones al azar como la mejor explicación de sucesos específicos de probabilidad menores. Dembski contesta la pregunta de cuanta suerte, para un caso determinado, puede invocarse como explicación. De manera significativa, la improbabilidad de construir y secuenciar incluso una proteína funcional corta se acerca a este límite de probabilidad universal, que es el punto en el que las apelaciones al azar se convierten en absurdas dados los “recursos probabilísticos” de todo el universo. Además, haciendo el mismo tipo de cálculo para proteínas moderadamente largas lleva estas mediciones bastante más allá del límite. Así, supuesta la complejidad de las proteínas, es extremadamente imposible que una búsqueda aleatoria en el espacio de secuencias de aminoácidos posibles, desde el punto de vista combinatorio, pudiera generar incluso una proteína funcional relativamente corta en el tiempo disponible desde el comienzo del universo (y menos desde el origen de la Tierra). Por el contrario, para tener una posibilidad razonable de encontrar una proteína funcional corta en una búsqueda al azar del espacio combinatorio requeriría enormemente más tiempo del que permiten la geología o la cosmología. Cálculos más realistas solo aumentan estas improbabilidades, incluso más allá de lo computable. Por ejemplo, recientes trabajos experimentales y teóricos sobre la denominada complejidad mínima requerida para mantener el organismo viviente más simple posible sugieren un límite inferior de entre 250 y 400 genes y sus correspondientes proteínas. El espacio de secuencias de nucleótidos correspondiente a este sistema de proteínas excede de 4300.000. La improbabilidad que corresponde a esta medida de complejidad molecular de nuevo excede enormemente de los “recursos probabilísticos” de todo el universo. Cuando se considera todo el complemento de biomoléculas funcionales requerida para mantener la mínima función celular y la vitalidad, puede verse las razones por las que las teorías sobre el origen de la vida basadas en el azar han sido abandonadas por los científicos.
Diversas investigaciones indican que la Biblia hebrea, lejos de ser un texto histórico infalible creado por un Ser Supremo, resulta ser una gran revisión compilada de, por lo menos, dos trabajos completamente separados. Reunidos en el Libro del Génesis existen dos trabajos independientes, conocidos por los académicos como las tradiciones “E” y las “J”, las cuales son complementadas por revisiones e inserciones adicionales. En la “E”, que contiene los pasajes referentes a los Elohim, reside la tradición pre-judaica de la gente del Norte, quienes exaltaban al Más Elevado Dios, Él, y a los subordinados Elohim. Los pasajes correspondientes a “J”, o jehovistas, describen una entidad totalmente foránea, el vengativo Jehovah (YHWH), el “Señor“. De acuerdo al historiador norteamericano Max Isaac Dimont, en Judíos, Dios e Historia: “En el siglo quinto a.C. los sacerdotes judíos combinaron porciones de los documentos ‘J’ y ‘E’, añadiendo un pequeño aporte personal, conocido como el fraude piadoso; los documentos resultantes se conocen como ‘JE’, ya que Dios en estos pasajes es nombrado como ‘Jehovah Elohim’ (traducido como ‘Señor Dios’)“. A esto se debe que encontremos, dentro de la Biblia, descripciones contradictorias y conflictivas del Supremo Dios. Encontramos a Jehovah, un dios tribal, como el Ser Supremo. Los primeros capítulos del Génesis describen un combate impresionante entre dos poderes rivales. Por un lado está el Más Elevado Dios, Él, y sus Elohim, quienes crean mediante su propio espíritu manifestado. Y, por otro lado, está el vengativo Señor Dios, Jehovah, quien creó a un ser humano a partir de ‘barro‘. Pero Jehovah resulta ser Satanael, un Elohim que se levantó en rebelión contra el Supremo Dios Él. Aunque posteriormente fue considerado como el Único Dios, inicialmente los hebreos conocían a Jehovah sólo como uno más de los Elohim. Ellos citan el Canto de Moisés para distinguir entre el Más Elevado Dios y el Jehovah usurpador, tal como leemos en el Deuteronomio: “Cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando distribuyó a los hijos de Adán, fijó las fronteras de los pueblos, según el número de los hijos de Dios; mas la porción de Yahvé fue su pueblo, Jacob su parte de heredad“.
Los cristianos gnósticos de los primeros siglos, quienes se supone preservaron las enseñanzas originales de Jesús, hacían una distinción entre el Padre Celestial y el dios de la Biblia hebrea. Según ellos, Jehovah (YHWH) no sería el Padre revelado por Jesús. Mientras la Biblia hebrea revelaba a un dios tribal, el Dios al que se refería Jesús era el Ser Supremo Universal de toda la humanidad. El Evangelio Gnóstico de Pedro decía que los hebreos se encontraban bajo la ilusión de que conocían al Ser Supremo, pero eran ignorantes del mismo, y conocían sólo a un falso dios, un impostor, cuya naturaleza verdadera era desconocida para ellos. Los gnósticos, basados en su profundo estudio del Libro del Génesis, se refieren a Jehovah como Satanael el Demiurgo, el poder creativo de este caído mundo material y que era hostil al Ser Supremo. Un maestro gnóstico explicó cómo el Padre desconocido creaba a los ángeles, a los arcángeles, potestades y dominaciones. El mundo, sin embargo, y todo en él, fue construido por siete ángeles particulares, y el hombre también era obra de los ángeles. Estos ángeles eran descritos como artesanos rebeldes. Saturninus de Antioquía (90 -1 50 d.C.) estableció una importante comunidad gnóstica en Siria. Allí enseñó que el Único Dios Verdadero, el Padre Celestial revelado por Jesús, habita en el más elevado Reino de la Luz. Entre este trascendente Reino de Luz y nuestro mundo finito existe una vasta jerarquía de arcángeles, ángeles y poderes espirituales, que serían los constructores del Universo y los diseñadores del ser humano. Por necedad y vanidad, Satanael se rebeló contra el Reino de la Luz, liderando a un grupo de ángeles seguidores. Satanael y sus seguidores maquinaron atrapar a seres espirituales en cuerpos físicos. Saturninus explicó cómo el ángel creador, Satanael, procuró crear cuerpos físicos humanos a imagen de seres espirituales. De esta manera ellos planearon mantener a los seres espirituales permanentemente atados a cuerpos físicos. En el recuento de la creación según Saturninus, Satanael, el ángel creador, sólo pudo formar un androide primitivo. Fue necesario animarlo con un ser espiritual de los reinos superiores. Entonces, Satanael atrajo de los reinos celestiales, hacia su universo creado carente de alma, una “chispa de luz” y la atrapó dentro del cuerpo material de Adán.
De acuerdo a Apelles, otro antiguo maestro gnóstico, los seres espirituales fueron seducidos para descender desde su lugar en los reinos celestiales ante la oportunidad de tener una experiencia física, siendo luego atados a cuerpos carnales mediante en función de las maquinaciones de Jehovah. Generación tras generación la “chispa de luz” se incorporó en las formas humanas. Pronto, estos seres espirituales fueron absorbidos tanto en el mundo material que perdieron toda conciencia de su origen en el Reino de la Luz. Se encontraron a sí mismos capturados en el mundo de Satanael el Demiurgo. De hecho, se convirtieron en esclavos de su malévolo creador. La iglesia católica, al aceptar la biblia hebrea en su interpretación literal, confunde a Jehovah, el dios tribal, con el Ser Supremo. Imitando a la antigua Israel, la Iglesia se estableció como un imperio político y religioso. Sólo los cristianos gnósticos permanecieron en su camino. Los gnósticos pronto se encontraron siendo denunciados como herejes, mientras que sus libros sagrados eran robados y quemados. Gracias al descubrimiento milagroso de algunas escrituras gnósticas en Nag Hammadi, Egipto, podemos tener una mejor comprensión de las comunidades cristianas gnósticas de los primeros siglos de nuestra era. Un documento gnóstico descubierto en Nag Hammadi, denominado el Apocalipsis de Adán, es un recuento de la creación de Adán y Eva. Este libro, que data del primer siglo de nuestra era, pudo haber sido un intento de reconstruir el Génesis original. Dice que Adán declaró: “Cuando dios me creó de la tierra, junto con Eva tu madre, estaba con ella en la gloria, la cual ella había visto en el Eón de donde hemos venido (Reino de la Luz). Ella me enseñó una palabra de conocimiento del Dios eterno. Y nosotros nos asemejábamos a los grandes ángeles eternos, porque éramos más grandes que el dios que nos había creado y que los poderes que él tenía, a quien no conocemos. Entonces dios (el Demiurgo/Satanael), el regente de los eones y de los poderes, en cólera nos dividió. Entonces nos convertimos en dos eones. Y la gloria en nuestros corazones nos abandonó. Después de aquellos días, el conocimiento eterno del Dios de la Verdad (Padre Celestial) se retiró de mí y de tu madre Eva. Desde ese momento aprendimos acerca de las cosas muertas, como el hombre. Entonces reconocimos al dios (Demiurgo) quien nos había creado. Nosotros no le éramos extraños a sus poderes. Y le servimos a él en temor y esclavitud“.
Los gnósticos entendieron que existen muchas órdenes diferentes de seres. Sus escritos refieren numerosas jerarquías de entidades espirituales, tanto de la Luz como de la Oscuridad. Estos seres no sólo se mueven en frecuencias sutiles, sino que pueden tomar formas en la dimensión física. Como los Esenios y Jesús, los gnósticos reconocían la habilidad de los ángeles para poder corporificarse. Los ángeles caídos eran a menudo referidos como Arcontes, y el jefe de los Arcontes era conocido por varios nombres, como Satabael, Jehovah, Ildabaoth, Sacklas, Satán, Sammael, etc. Ellos poseían el poder para crear cuerpos y creían ser dioses. Como consecuencia de su estado degenerado eran hostiles a la humanidad y evitaban que esta adquiriera su liberación espiritual. John A. Keel, autor de Disneylandia de Dioses y Nuestro planeta cazado, argumenta que el creciente interés que apareció a finales del siglo XX, en relación a los extraterrestres y a los ovnis, es solamente una versión moderna de las mismas fuerzas que otras personas y culturas alguna vez identificaron como demonios o ángeles caídos: “Los platillos voladores son meramente otro marco de referencia que nos provee de explicaciones aceptables para algunos de estos grotescos eventos. Un fenómeno invisible está acechándonos constantemente y manipulando nuestras creencias. Sólo vemos lo que ellos eligen que veamos, y usualmente nosotros reaccionamos“. La idea de que el ser humano es obra de ángeles creadores potencialmente malévolos es notablemente parecida a la idea de extraterrestres involucrados en ingeniería genética para crear al Homo Sapiens. Pero, ¿estamos realmente tratando con el mismo fenómeno? Probablemente los gnósticos conocían la verdad sobre el verdadero origen del ser humano y de los poderes invisibles que buscan mantener a los seres humanos atados al mundo tridimensional. Tal vez sean estos ángeles caídos creadores los que, según los gnósticos, secuestran a seres espirituales y los encarcelan en cuerpos físicos. Probablemente sean los mismos dioses creadores de Sumeria, supuestamente extraterrestres.
Un académico gnóstico, el Dr. Stephen Hoeller, en su obra Jung and the lost Gospels, nos dice lo siguiente: “Los ángeles estelares y otros espíritus regentes (Arcontes) aparecen como tiránicos, limitando las agencias en esta visión gnóstica. Ellos son usurpadores que señorean sobre la humanidad y la creación con el fin de acrecentar su propia importancia y gloria. Le incumbe entonces a los conocedores realizar esto y alejarse tanto como sea posible de la influencia de estos poderes. El predicamento existencial de la vida humana radica en la incómoda dominación que ejercen estos dioses menores sobre el espíritu de los seres humanos, y de la cual sólo la realización de la gnosis puede extraerlos“. Los ángeles creadores o Arcontes también se caracterizan como poderes terribles o fuerzas de negatividad. Son como carceleros de una prisión, buscando mantener a sus humanos cautivos atados a la Tierra. Atrapado en las ilusiones de la existencia material, el hombre cree que es solamente un cuerpo y no logra darse cuenta de la verdad acerca de su origen. Esta condición perpetúa la ceguera espiritual, dejando a la humanidad cautiva de sus carceleros. Sin embargo, los gnósticos nunca cesaron de proclamar que el Verdadero Ser del hombre no es su cuerpo, y el mundo material definitivamente no es su verdadero hogar. El hombre es un ser espiritual y su propósito es la realización de su Ser Superior, esa chispa de luz exiliada en el cuerpo físico. Su destino es retornar al Reino de la Luz, su verdadero hogar más allá de las estrellas. Debemos tomar conciencia de nuestro origen, de dónde venimos, cómo fuimos atrapados en este planeta, y cómo podemos lograr la liberación. Los gnósticos nos indican la urgencia de escapar de la trampa del mundo y abrir nuestros ojos a la realidad de nuestro verdadero origen.
Fuentes:
- Zecharia Sitchin – El 12º Planeta
- Zecharia Sitchin – La Escalera al Cielo
- Zecharia Sitchin – El Código Cósmico
- Zecharia Sitchin – El Génesis Revisado
- William Bramley – Los Dioses del Edén
- Stephen C. Meyer – El ADN y el Origen de la Vida: Información, Especificidad y Explicación
- New Dawn Magazine – Los Dioses Siniestros – El origen extraterrestre de la especie humana
- David Icke – El Mayor Secreto: El libro que cambiará el mundo
- Bill Bryson – Una breve historia de casi todo
- John Morgan Allman – El cerebro en evolución
- Christopher Sloan – La historia del origen del hombre
- Biblia: Génesis
- Theodosius Dobzhansky – Mankind Evolving
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