En el comienzo todo era caos. El hombre vivía como los animales, sin razón y sin conocimiento, sin leyes y sin cultivar la tierra, sin vestirse y sin ni siquiera cubrir su desnudez. No conocía los secretos de la naturaleza. Vivía en grupos de dos o tres, cuando un accidente los había juntado, en cuevas o en hendiduras de las rocas. Los hombres caminaron en todas las direcciones hasta que los Dioses llegaron. Ellos trajeron la luz.
Súbitamente, unas brillantes naves doradas aparecieron en el cielo. Enormes chorros de fuego iluminaron la llanura. La Tierra se estremeció y el trueno retumbó sobre las colinas. El hombre se inclinó lleno de veneración ante los poderosos extranjeros que llegaban para tomar posesión de la Tierra.
Los extraños dijeron que procedían de un lugar llamado Schwerta, un remoto mundo situado en las profundidades del Universo, en el que vivían sus antepasados, y del que habían partido para llevar el conocimiento a otros mundos.
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